
Bajo cielos infinitos, cayó la Estrella Verde, un fragmento de fuego eterno,
Maya, luminoso, ahora velado en carne, obligado por el destino del deseo.
A través de las venas mortales, los ecos de la luz se tejieron, un himno esclavizado por la sombra,
Cada aliento de un verso, a cada paso, un suspiro, como la muerte del suaves susurros llamado.
Sin embargo, la música surgió: un arma, una clave y una chispa,
Un fuego del cosmos latiendo en la oscuridad.
Con cada nota, las almas viejas se despertaban, su sueño se disipaba,
Y en el silencio entre los tonos, el infinito encontró su camino.
Así cantó la Estrella Verde, fugaz pero indómita,
Un puente de luz donde el tiempo y la sombra se desvanecían.